Juan 2:15-17 dice: “No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él. Porque todo lo que hay en el mundo, los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida, no proviene del Padre, sino del mundo. Y el mundo pasa, y sus deseos; pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre.”
Este pasaje es un llamado a la devoción total a Dios y a una clara separación del mundo.
Título: ¿A quién amas, al mundo o a Dios?
Versículos clave: 1 Juan 2:15-17
El apóstol Juan, conocido como el “discípulo amado,” nos presenta una advertencia contundente y una exhortación crucial en estos versículos. Nos insta a no amar al mundo ni a las cosas que están en él. Esta advertencia no se refiere al mundo físico que Dios creó y declaró “bueno,” sino al sistema de valores, la mentalidad y las prioridades que se oponen a Dios.
Juan nos presenta una dicotomía: no puedes amar al mundo y al Padre al mismo tiempo. Si amas al mundo, el amor del Padre no está en ti. Esto es un desafío directo a nuestra fidelidad. El amor por el mundo es un ídolo que compite con nuestro amor por Dios.
Juan identifica tres áreas principales donde el mundo nos atrae:
- Los deseos de la carne: Esto se refiere a los placeres sensuales y carnales que están fuera de la voluntad de Dios. No se trata de disfrutar de las cosas buenas que Dios ha creado, sino de una búsqueda desenfrenada y egoísta de gratificación personal.
- Los deseos de los ojos: Aquí se habla de la codicia, el anhelo por lo material y la envidia. Es el deseo de poseer lo que otros tienen o de ser reconocidos por lo que poseemos.
- La vanagloria de la vida: Esto es el orgullo, la arrogancia y el deseo de ser elogiado. Se trata de una vida centrada en uno mismo, en la búsqueda de la fama, el poder y la posición.
Estas tres tentaciones son un reflejo de las que enfrentó Jesús en el desierto (Mateo 4:1-11) y que Adán y Eva enfrentaron en el jardín del Edén (Génesis 3:6). Son las mismas tentaciones que nos asedian hoy en día.
La razón por la que debemos resistir estas tentaciones es que el mundo es temporal. Juan nos dice: “el mundo pasa, y sus deseos.” Las posesiones, la fama y los placeres de este mundo son fugaces. Por el contrario, “el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre.” La vida en obediencia a Dios, aunque pueda parecer menos atractiva para el mundo, tiene un valor eterno.
Aplicación práctica:
- Evalúa tu corazón: ¿Qué ocupa la mayor parte de tus pensamientos, tiempo y energía? ¿Son los deseos del mundo o las cosas de Dios?
- Pide a Dios que te ayude a ver el mundo con sus ojos: Pídele que te revele las áreas de tu vida donde has permitido que el amor por el mundo se infiltre.
- Toma decisiones conscientes: Elige invertir en lo eterno. Esto puede significar decir “no” a una compra innecesaria, a un programa de televisión que te aleja de Dios o a una conversación llena de chismes. En cambio, elige pasar tiempo en oración, leer la Biblia y servir a los demás.
- Recuerda la promesa: El mundo y sus deseos pasarán, pero tú, al hacer la voluntad de Dios, permanecerás para siempre. No hay nada más valioso que una vida que honra a Dios.
Oración:
”Amado Padre, te pido perdón por las veces que he amado el mundo más que a ti. Ayúdame a apartar mi corazón de las cosas que son pasajeras y a fijar mis ojos en las que son eternas. Que mi deseo sea hacer tu voluntad y vivir una vida que te honre. En el nombre de Jesús, amén.”
