La oración en tiempos de angustia no es un acto de desesperación, sino una expresión de fe en un Dios que siempre responde.
SALMOS 86:6-7
Escucha, oh Jehová, mi oración, Y está atento a la voz de mis ruegos. En el día de mi angustia te llamaré, Porque tú me respondes.
¿A quién acudes cuando la vida te golpea? ¿A un amigo, a un familiar, a las redes sociales? David, el autor del Salmo 86, nos muestra un camino diferente. En un momento de gran angustia, él se dirige a Dios. No con un murmuro o una oración a la ligera, sino con un ruego apasionado: “Escucha, Señor, mi oración; atiende a la voz de mi súplica”. Él sabe que no puede enfrentar sus problemas solo.
Pero lo más impactante del versículo 7 es la declaración que sigue: “En el día de mi angustia, te invoco, porque tú me respondes.” Note la certeza en su voz. David no dice “tal vez me respondas” o “espero que me respondas”. Él clama a Dios porque sabe que la respuesta llegará. Su fe no está anclada en su propia fuerza o en la lógica humana, sino en la fidelidad demostrada de Dios.
Esta es una verdad poderosa para nosotros hoy. La vida nos presentará momentos de angustia: una enfermedad, la pérdida de un trabajo, un conflicto familiar, la soledad. En esos “días de angustia”, nuestra primera inclinación debe ser invocar a Dios, no como un último recurso, sino como el primer y más seguro refugio.
La oración no es una llamada en vano. Es una conversación con el Creador del universo, quien nos conoce por nuestro nombre y se deleita en nuestra dependencia de Él. Él no solo escucha, sino que también atiende. Y cuando clamamos, la promesa no es solo de un oído atento, sino de una respuesta. A veces la respuesta no es lo que esperamos, pero siempre es lo que necesitamos.
