El desierto de la voz silenciosa
«El joven Samuel ministraba a Jehová en presencia de Elí; y la palabra de Jehová escaseaba en aquellos días; no había visión manifiesta.» — 1 Samuel 3:1
Samuel creció en el Tabernáculo, el centro espiritual de Israel, sirviendo al sumo sacerdote Elí.
Pero este no era un tiempo de avivamiento; era una era de decadencia espiritual. El versículo clave describe la atmósfera de su “desierto”: la palabra de Jehová escaseaba, y la visión era rara.
El desierto de Samuel es la experiencia de servir a Dios en un ambiente de sequedad colectiva. Es el tiempo en que:
La enseñanza es superficial o corrupta (los hijos de Elí).
Nadie ve el futuro o el propósito de Dios claramente.
Las figuras de autoridad (Elí y sus hijos) están comprometidas.
Si sientes que estás sirviendo a Dios en un ambiente espiritualmente árido, donde la palabra parece lejana y el liderazgo humano decepciona, la vida de Samuel es tu guía.
Elías tuvo que huir al desierto para encontrar la voz de Dios; Samuel la encontró en el mismo templo corrupto. Esto nos enseña que el estado de nuestro entorno espiritual no tiene que dictar el estado de nuestra relación personal con Dios.
El llamado de Samuel ocurre en la oscuridad de la noche, después de acostarse. Él escuchó una voz que al principio no reconoció. La primera vez, la segunda vez, e incluso la tercera vez, fue Elí (el líder imperfecto) quien tuvo que ayudarlo a discernir la voz.
La clave de la fidelidad de Samuel fue su respuesta simple y sumisa: “Habla, porque tu siervo oye” (1 Samuel 3:10).
Tu desierto de la voz silenciosa requiere oídos atentos y humildad. La voz de Dios no siempre se manifestará con truenos; a menudo vendrá como un susurro repetido que requiere que te levantes, busques la confirmación y te rindas a la obediencia.


