El pecado te ata a lugares de muerte, de separación de Dios, ambientes de tristezas y angustias profundas, a lugares de culpa y a tu propósito en Dios lo posiciona en un lugar imposible de concretar, te arranca de Dios y tanto más. Cuando tu corazón se arrepiente es porque logra hacerse consciente de estar en un lugar equivocado, con acciones equivocadas que te generan un caminar errado.
Es por el arrepentimiento que vuelves al diseño, a la verdad, al lugar de origen que es Dios.
El Padre espera tu arrepentimiento, vuelvas en sí como el pródigo, veas tu condición delante de él como David y te pongas a cuenta como Pablo.
Él es un Dios perdonador, lleno de misericordia y gracia mucho más abundante de lo que pudiera ser tu pecado. Su deseo es limpiarte, sanarte, restaurarte y crezca el Hijo en vos.
Cuando Cristo empieza a formarse se empiezan a cortar los lazos de la muerte, del pecado, que te separaban del Padre.
Te pones a cuenta con él y Dios no trae nunca más esos pecados a su memoria, por eso si fueren rojos él los hace blancos como lana, y esa es la gracia de Dios que se derrama alcanzando a los no alcanzados, atrayendo a los que por situaciones pecaminosas no se atreven buscar a Dios. Su gracia rompe la condena y la culpa. Su gracia y favor es mayor. Es cuando los que miraron a él no fueron avergonzados.
Su puerta de gracia siempre está abierta y él nos conoce , por eso busca su oveja perdida en un eterno presente, llamando los que son hijos al arrepentimiento y gozar de sus bondades.
Venid luego, dice Jehová, y estemos a cuenta: si vuestros pecados fueren como la grana, como la nieve serán emblanquecidos; si fueren rojos como el carmesí, vendrán a ser como blanca lana.
Isaías 1