“Les daré en mi casa y dentro de mis muros un lugar y un nombre mejor que el de hijos e hijas; un nombre eterno les daré, que nunca será borrado.” (Isaías 56:5, RVR1960)
El profeta Isaías nos regala aquí una de las promesas más extraordinarias de la Escritura. ¿A quiénes va dirigida? A aquellos que, por su condición, se consideraban excluidos de la comunidad de Israel. El contexto inmediato habla de los extranjeros y los eunucos, personas que, según la ley del Antiguo Testamento (Deuteronomio 23:1-3), tenían limitaciones para participar plenamente en el culto y la vida del pueblo de Dios.
Sin embargo, en este pasaje, el corazón de Dios se revela de una manera radicalmente inclusiva y compasiva. Él no solo los acepta, sino que les ofrece algo que va más allá de lo que cualquiera podría esperar.
Pensemos en la promesa:
“Un lugar en mi casa y dentro de mis muros”: Dios les promete acceso directo a Su presencia. No en los márgenes, no en los patios exteriores, sino “dentro de Sus muros”, en el lugar más sagrado, en Su propia casa. Esto habla de intimidad, de pertenencia y de seguridad.
“Un nombre mejor que el de hijos e hijas”: En la antigüedad, ser un hijo o una hija en Israel era la máxima bendición. Significaba herencia, identidad y perpetuación del linaje familiar. Pero Dios va más allá. Él les da un “nombre mejor”. ¿Qué podría ser mejor? Un nombre que no depende del linaje humano, un nombre que proviene directamente de Él. Es una identidad celestial, no terrenal.
“Un nombre eterno les daré, que nunca será borrado”: Esta es la parte más poderosa de la promesa. Los nombres y los linajes humanos pueden desaparecer. Las familias se extinguen, las memorias se desvanecen con el tiempo. Pero el nombre que Dios da es “eterno”. No está sujeto a las limitaciones de la historia, la cultura o el tiempo. Es un sello permanente de Su amor y Su pacto. La palabra “borrado” evoca la idea de ser eliminado de un registro, de ser olvidado para siempre. La promesa es que, en el libro de la vida de Dios, nuestro nombre está escrito con tinta indeleble.
Aplicación personal:
Quizás hoy te sientes como un “extranjero” o un “eunuco”. Tal vez las circunstancias de la vida, los errores del pasado, o incluso las voces de otros te han hecho sentir que no perteneces, que estás al margen de la comunidad de fe o de la gracia de Dios.
Este versículo es un recordatorio poderoso de que el plan de Dios siempre fue inclusivo. A través de Jesucristo, quien derribó el muro de separación, todos los que creemos somos injertados en la familia de Dios (Efesios 2:14). No importa nuestra historia, nuestros errores o nuestra condición actual. No importa si nuestra familia terrenal nos ha fallado. La herencia más valiosa no viene de la sangre, sino del Espíritu.
El Padre te está diciendo hoy: “En mi casa tienes un lugar. Te doy una identidad que no puedes perder. Te doy un nombre eterno que nunca se borrará”.
Oración:
Padre celestial, gracias por este increíble recordatorio de tu gracia y tu amor incondicional. Gracias porque, a pesar de mis imperfecciones y mi indignidad, me has dado un lugar en tu casa y un nombre mejor que el de hijos e hijas terrenales. Ayúdame a vivir con la seguridad de que mi identidad está en ti y que el nombre que me has dado es eterno y no puede ser borrado. En el nombre de Jesús, Amén.
